El orgasmo es una vértebra que con su eléctrico labio transcurre el cuerpo entero, lo desmonta, lo rompe, se retuerce como el árbol nuestro del monasterio aquel donde jugamos a poner caras simpaticonas y congelar lienzos a su vez congelados en portables móviles. El orgasmo es una serpiente llena de luz que parece explotar el centro mismo del alma como queriéndola llevar al infinito, como haciéndola hermanadora del bien y el mal, de la orilla y el océano…
Lo siento en su comienzo en la boca, luego cede su hegemonía al vientre, donde se expande generosamente hasta el hueso que habita bajo la nuca. Es entonces cuando empieza a rotar el motor y las vibraciones me devuelven la memoria de todas las edades, de todas mis células. Vuelvo al árbol, a la piedra, al hombre renacentista y al cristiano comendador… Condensada la energía, sigo en mi lucha contra la gravedad, el llamamiento del suelo y su descanso. Mis dedos aprietan fuertemente la materia de la que mi alma se alimenta, mis oídos resumen el gemir de un cuerpo, unos labios, unos pechos que sudan, unos ojos que pierden su órbita hacia un planeta cercano al mío… Acerco mi boca a tu nuca, la quiero morder, quiero gritarle y decirle que va a estallar dentro de mi vientre, debajo de mi ombligo, entre mis dedos…
El sabor de los cuerpos es inconfundible; en su subir como hélices, saben al material del que está hecha la primera materia, son bordes salinos que se desdibujan, que empiezan a perder su cabezonería limítrofe y el cuerpo, todo él, quiere irse con el orgasmo y anuncia al otro cuerpo su pérdida de orilla, su ansia de océano…
Y el vientre húmedo, en su punta, lleva un carnaval de espuma al hipotálamo, donde las células hace ya tiempo que perdieron su métrico tictaqueo; su orden primera. Ya no hay más clasismos; los pulmones cedieron paso al bronquio, los riñones son dos vesículas que sueltan despavoridas su jugo al resto de los órganos, el corazón me lleva al punto de su muerte, haciéndome recordar que es ahí donde todo nace y todo acaba. Y en su tumbeteo de danza cósmica, olvido el cerebro, quien parece tener la única función de coordinar la máquina gelatinosa que está a punto de dar a luz…
Apenas dura el frenesí más de 30 segundos. Entonces la consciencia queda positivada en la retina de por vida y están tus piernas recibiendo a las mías; nuestros cuerpos tensos, animales, tu boca abierta como queriendo devorar entero un espejo donde, la panorámica de tu espalda, me ofrece una tercera dimensión donde poder abrazarte por detrás. Me viene una luz roja que me abriga entero y me derramo dentro de ti ofreciéndote la espuma prima, la materia fecunda de todo lo que somos. Nuestros orígenes se funden en apenas unos centrímetros de cavidad; nuestro jugo se entrelaza y en ese lazo quedamos tú y yo, rotos, unidos, siendo un sólo sentido, una sola materia que descansa la una sobre la otra sabiendo, calladas, que acaban de tocar el cielo; que acaban de bañarse en el centro mismo del océano estelar que cubre todo, desde las mareas, hasta la entraña… Y sólo hay silencio y el ruido vertiginoso de dos cuerpos a punto de colapsar; los corazones terminan juntos por bailar en un mismo compás.
Agarro tu boca y la llevo a la mía. Ya mis vértebras se deselectrificaron, mis manos se hicieron parte de la cadera tuya, mi olfato no reconoce lo cierto de lo borroso, mis ojos son una cadena de fotogramas eróticos que se confunden en el punto blanco del placer…
Agarro tu boca y la llevo a la mía. Absorbo tu aliento, la comisura de tu boca. Estrecho fuertemente tu espalda como queriendo sacar afuera el resto de órganos de la mujer sirena…
Agarro de nuevo tu boca y la llevo a la mía… cierro los ojos.
Mis músculos no quieren luchar más contra la gravedad. Te abrazo, me deshago y duermo.
Biografía de un orgasmo.
Electrizante!
Gracias ! Un abrazo