Conservemos la inocencia de la primera vez
en todas las situaciones que nos abrazan.
Conservemos el hálito del corazón cándido,
de la mirada bichera, del infante explorador.
No dejemos que la rutina nos incluya en su lista de pálidos pareceres.
No nos dejemos conquistar por el imperio del día a día,
por su presente en fotocopia,
por su cansancio explicativo,
por su ceguera sorpresiva.
Conservemos la inocencia del día a día
en cada paso,
en cada beso,
en cada sueño,
en cada palabra.