Hoy todo fueron festejos. Incontables llamadas telefónicas, mensajes, buenas vibras, abuelos alegres y con lágrimas en los ojos, hermanos emocionados y amigos recordándonos lo bonitos que somos y agradeciéndonos haberte traído a la tierra.
Hoy, tu mamá y yo, sentimos nacer una fibra que va desde el centro de la barriga hasta la garganta. Vimos que se activa con sólo mirarte; actividad que, por cierto, hoy hemos repetido constantemente y de la que nos declaramos admiradores absolutos.
Y en ese abrazarte con los ojos estamos aprendiendo a llevarte en brazos, a hacer siempre piel con piel, a saber tus primeros cuidados y a desaprender todo lo innecesario que hemos metido dentro de la palabra amor y frente a la que estábamos terriblemente confundidos.
Porque amor, mi vida, antes era una palabra llena de memoria, de rencores, promesas y culpas, pero hoy es una mezcla de fibra, de instinto, de víscera y pura dedicación. Hoy esa palabra se hizo cuerpo y comenzó a respirar.
Tu madre, leona y dama con la fuerza de un huracán, soportaba el dolor y el cansancio. Se enfrentaba a achaques que a mí, querida hija, me hubieran hecho gritar y llorar.
Pero tras cada contracción había en su mirada algo, para mí, asombroso. Había un extraño destello en su rostro después de cada contracción y de cada golpe de dolor que yo no lograba entender. “¿Cómo puede hacer mi hembra maga para no llorar?”.
Fue fácil – comprendí más tarde-. Tu madre guarda las lágrimas para la felicidad; tu madre se estaba reservando y conservaba cada gota para el momento de verte nacer. Y cuando eso pasó, cuando por primera vez vuestros pechos se juntaron, bañó tu cara entera de amor; todas aquellas lágrimas salieron de golpe y te besó desde un lugar tan puro que, al verlo, sólo pude llorar también.
Tu madre explotó de amor y de esa explosión naciste tú.
___
Poema extraído del Disco Libro de Nanas “En el Corazón de la Hembra Maga” de Julián Bozzo