Discúlpenme si no giro mi cuello al ver a una dama veinteañera revoloteando por la avenida. De corazón estimo y dejo en este sentir lo siguiente: Ya no me interesa. Lo sé, me dirán: “Hembra joven atrae al macho alfa”.
Y no sé, quizás pueda ser porque ya no soy de la manada ni tampoco es mi entrepierna la que toma las decisiones. Más de joven bien supe del arrebato de la pasión y bien me dejé llevar por esas laderas inconexas, pero ¿Cómo comparar el aroma de una dama con el universo de mi hembra maga que le da mil vueltas a cualquier otra mujer?
Amar a una muchacha es simple, sólo hay que mostrar de afuera sin darle mucha presencia a lo de adentro. Amar a una hembra maga es ya cosa seria, pues, acercarse a ella, se hará siempre y cuando el hombre haya pagado el peaje necesario para dejar de mirarse como centro de todo giro.
Porque, entiéndanme, para amar a una hembra maga hace falta algo más que lucir bellas camisas. Amar y lanzar pirotecnias es del todo harto sencillo, pero enfrentarse al universo de un hembra maga es latencia de otro ser.
Discúlpenme si, al pasar una muchacha bien dotada con pasos como flores y un flotar rotundo, no me quedo embelesado, pero es que en mi hogar duerme una hembra superlativa que a su vez está arropando entre sus pechos a mi corazón desnudo.
Ella. Que trajo vida a mi semilla, que guarda la sabiduría de una vida hecha en su vientre, que tiene amor a torrentes y festejos por doquier. Ella. Que ya conoció de la noche minifaldas, que ya jugó con hadas, hoy guarda en sus ojos mil planetas por coser.
¿Creen que mi ser va a estar dispuesto a perderse por una hendija cuando en casa el alma brilla y todo amor es florecer?
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*Fragmento extraído del discolibro “En el corazón de la hembra maga”.
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Ilustración @Claudiatremblay