Sobre la Sociedad. Capítulo 2.
… Los niños saben vivir en el «no sé», pero nosotros no. Nosotros necesitamos creer que sabemos aunque, para ello, tengamos que mentir. Como el niño vive en la incertidumbre y nosotros no sabemos vivir allí, lo que hacemos es arrancarle de su mundo para traerlo al nuestro porque, en el nuestro, tenemos cierto control y el suyo nos asusta. En la incertidumbre siempre hay preguntas y cosas por resolver y los adultos no sabemos estar en los procesos; a los adultos solo nos interesa creer que hemos llegado a algún final.
En la escuela, las preguntas siempre van dirigidas a que el niño responda y eso le impide ser capaz de jugar con sus bosquejos internos; eso hace imposible que su esencia salga a explorar y a bailar. A nuestra esencia no le interesan los caminos rectos, no le interesa la prisa del otro ni el deseo de cerrar una puerta. Nuestra esencia siente que, cuando cierra una puerta, una parte de ella muere. No le interesa sentenciar ni atar; le interesar dar vueltas, mezclarse, jugar, besar, palpar, recorrer y ser libre. Nuestra esencia quiere poder desligarse de lo antiguo y transitar hacia una nueva forma.
A nuestra esencia le gusta la libertad, le gusta estar en suspensión porque confía en que, solo en suspensión, se puede crecer y evolucionar. Y, tiempo más tarde, quizás dentro de muchos años, volverá a encontrase con esa pregunta que se hizo tiempo atrás y es posible que la responda o quizá no. Quizás la vuelva a mirar y se quede deambulando por la estela que genere, pero eso no le supondrá ningún problema porque le encanta el aroma de las cosas por resolver.
Nos educaron para cerrar, amarrar, guardar, tener… Nos educaron para dar respuestas, es decir, para tener las puertas cerradas. Nos educaron para todo lo contrario a lo que nuestra esencia precisa.
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Fragmento extraído de mi libro “Aladuría: El camino hacia la Creatividad” Editado por Mueve Tu Lengua
Consíguelo en https://www.muevetulengua.com/libros/inicio/109-aladuria-de-julian-bozzo.html