Una idea recurrente en nuestra educación es que nos han vendido que ser creativo es tener una idea única y con ella resaltar frente al grupo. Es decir, que ser creativo es ser distinto y, además, agradar a la máxima gente posible.
Si para mí, ser creativo es despuntar frente a los demás, hacer que el grupo me diga lo maravilloso que soy y que todos se asombren con mis habilidades, entonces estaré preguntando, en esencia, otra cosa. Estaré preguntándome cómo ser increíble frente a los demás usando mi ingenio, pero no cómo ser creativo.
Si mi modelo de creatividad es Steve Jobs y yo no sé cómo hacer para crear una marca y unos productos que revolucionen la tecnología mundial o si mi modelo es Picasso y no sé cómo hacer para desdoblar un dibujo y crear un nuevo enfoque en el arte contemporáneo, sin duda, podré sentirme hundido antes de empezar porque jamás seré “creativo” como ellos. Pero, si mi modelo de ser creativo es el jardinero de mi urbanización o la madre que cocina para su familia, mi idea sobre la creatividad será muy distinta. Los primeros son ejemplos inabarcables y el simple hecho de relacionarnos con ellos hacen que nos bloqueemos antes de empezar. Sin embargo, frente a la madre o el jardinero, todos pasamos desapercibidos. Ambas son expresiones creativas, pero parece que no tienen la misma aceptación social. Quizá sea porque no nos enseñaron a ver la belleza de un jardín, pero sí a ver la ingeniosidad de Apple. Quizá consumimos más smartphones que jardines y atardeceres, quizá nuestra idea de creatividad no está encaminada a ver la belleza, sino a despuntar frente a los demás desde la mordiente concepción del éxito.
¿Cómo puede ser que uno crea que no es creativo?, ¿Qué nos han dicho en la escuela o en la sociedad para tener esa idea tan reductora?, ¿Qué nos ha pasado para desdibujar nuestra ilusión y el contacto con lo que éramos, con lo que somos, con lo espontáneo, con lo diferente y lo único?, ¿Qué nos pasó para convertirnos en fotocopias, en versiones de versiones de versiones de versiones del niño que un día fuimos?
Trataremos de responder a estas preguntas y tantas otras más no sin antes percatarnos de un detalle muy importante: Preguntarnos por nuestra creatividad esconde un tesoro intenso y hermoso porque se trata de una pregunta llena de heridas. Es como si alguien se pregunta “¿Cómo se ama?”. En realidad, esa persona estaría manifestando todos los golpes amorosos que ha recibido y busca, por encima de todo, una fórmula para no volver a caer en los dolores nocturnos y en los hospitales del alma.