Hay días en que la crianza se pone difícil, me atrevería decir que casi a diario tenemos un momento de contar hasta que se pierde la cuenta… el primer indicador es que mis músculos se tensan y mi voz sale de algún lugar más cercano a la mente que a mi cuerpo… cuando mi tono cambia sé que me estoy saliendo del presente, que me empiezo a exasperar. He dejado entonces de estar donde estoy, y me he ido lejos, adelante, a lo siguiente, a mañana, a la semana pasada, o vete tú a saber.
Quizá tengas en mente esos momentos temibles de prerrabieta, o la reacción ante una tremenda trastada o peligro inminente…pero no me refiero a eso.
Hoy quiero hablaros sobre el ritmo de los niños muy pequeñitos, ese ritmo lento y de acciones muy concentradas tan alejado del ritmo que tenemos los adultos para hacer cosas tan importantes como vestirnos, desayunar, prepararnos para empezar nuestro día…
Y es que ellos viven ajenos a esa máquina tan presente que marca nuestras acciones, el reloj, ese artefacto que tanto nos aleja paradójicamente de eso, el tiempo presente.
Cuando como padres sentimos que nos llegan esas sensaciones tan claras de tensión al cuerpo, muchas veces me recuerdo, nos recuerdo, algo tan simple como que ellos no saben qué eso del tiempo, no les importa cuál es el siguiente paso, tampoco tengo muy claro que necesiten saberlo, porque ellos viven en un un tiempo que nosotros hemos olvidado, y en el que no cabe nada más. Vivir en el presente supone no preguntarse qué viene luego, y como madre sé que solo puedo ir anticipándole a lo que viene después, con una rutina muy clara, muy constante, creando canciones para cada acción, dándole un principio y un final a todo lo que hacemos… pues están muy concentrados en el tacto, en la sensación, en su deseo, en los nuevos retos y sería maravilloso no arrebatarles ese contacto ¿no?
Quizá no te hayas parado a preguntarte porqué es tan importante todo esto, para ello te propongo, me propongo siempre ponerme en su lugar:
Imagina que te despiertas por la mañana, tú no sabes muy bien qué hora es ni te importa, si ni siquiera conoces el calendario, los días de la semana, los números son palabras con las que jugamos y cantamos canciones pero no sabes qué relación tienen con el tiempo o el reloj. Tras unos arrumacos mañaneros, te preguntas si es de noche, porque aún no hay sol, mientras te cogen en brazos a pesar de que tú puedes caminar por ti mismo, y desplazarte por la casa. Quizá te gustaría moverte más despacio y explorar un poco ese bote tan bonito que ha quedado a tu alcance en el lavabo, pero papá o mamá tienen otros planes para tí, y sólo sabes que te apremian y te dicen vamos cariño, que tenemos que vestirnos; hasta donde puedes sentirte ya estás vestido, calentito con tu pijama y el olor de mañana y camita, pero de nuevo te cogen en brazos y te suben al cambiador, y te visten como un muñeco; hace tiempo que descubriste los botones, no sabes para qué son, pero sí has descubierto que te gusta como suenan cuando se quitan, y se ha convertido en un juego más el tratar de volverlos a juntar, para eso mamá te ayuda, pero a ti te encanta separarlos, y cuando lo vuelves a hacer mamá te dice que no, y habla un poco más alto, y de pronto se mueve más rápido, y sus brazos están un poco más duros, dice que no hay tiempo…. de nuevo esa palabra extraña, ya van varios noes… y te ha vestido sin preguntar, a lo mejor se te ocurrió decir que esa camiseta no quieres, y papá te ofrece otra, pero ¿cómo vas a elegir esa sin ver las demás?! Te encantaría perderte en el cajón y explorar los dibujos de todas y cada una de ellas, pero no hay tiempo… bueno, vale, encontramos una alternativa que nos gusta a los dos, vamos a desayunar. De la cocina llega un rico olor a tostada, y tu sitio ya está puesto donde siempre, y te dan a elegir, tomate o cacahuete, pues quiero cacahuete, no tomate y cacahuete también… vale, todo, pero oh! me lo están poniendo y yo quiero la mantequilla de cacahuete a pellizquitos, y el pan en trocitos, hacerme mi tostada, y untar el pan con los dedos, y no con el cuchillo, pero no me dejan, porque dice mamá que me mancho, y me limpia las manos, ¡pero yo puedo hacerlo! ¿por qué lo hace por mí? pues ya no quiero, y como no sé decirlo con palabras lo tiro al suelo.
¿Os resulta familiar? En casa nunca ha cabido la expresión se porta mal o se porta bien. Nunca, esa es una etiqueta de adultos “juzgadores”, siempre fuimos más de mirarla y preguntarle qué necesita, observarla, y cuando no entendemos nada nos preguntamos qué nos pasa a nosotros, recordando que los pequeños se impregnan como esponjas de la energía que se respira en un ambiente. Y este contexto que os contamos hoy, cuánta más prisa nos entra a nosotros, más despacio necesita ir ella, y nos polarizamos, y de pronto, no sabemos cómo pero se hace muy evidente que su ritmo se ha vuelto más y más lento, y más tiempo necesitaría ella para realizar cada acción. Y tiene su derecho, igual que yo tengo derecho a vivir sin la ansiedad de la prisa, o el riesgo de verme intentando complacer a una “pequeña dictadora”. De nuevo esa es un etiqueta adulta, el límite se lo pongo yo, ella sólo va a explorar dónde queda ese marco.
Quizá no consista en darles opción a tomar todas y cada una de las decisiones, obviamente dependerá de su edad y la autonomía alcanzada por cada niño para la que no creo que haya una tabla de objetivos a conseguir, pero sí que debería haber un término medio entre sus necesidades, y sobre todo entre sus tiempos, y los nuestros. Y lo único que se me ocurre hasta ahora es movernos sin prisa, es criarla un poco más despacio, pues siempre será mas coherente y sobretodo respetuoso para todos, que los padres nos adaptemos al ritmo del niño, en lugar de pedirles que se acerquen a nuestros tiempos, o manejarlos como muñecos sin poder de decisión o voluntad.
Por eso después de una mañana de surfear la rabieta de nuestra hija, y de haber suspirado bien hondo varias veces, y de haber sentido el alivio de verla partir a la escuela y poder empezar mi jornada, decido pararme un ratito y reflexionar sobre qué le pasa a ella, o mejor, qué me pasa a mí con el tiempo, con la puntualidad, con el levantarme más temprano y qué puedo hacer yo para adecuarme más a sus necesidades, en lugar de hacerle entender las mías, tan complejas, tan alejadas del presente, del disfrute, quizá hasta de mi propio deseo. Si hay algo que me muerde a la hora de criar es el tiempo.
Y me acordé de Alicia persiguiendo confusa a un conejo malhumorado arrastrando un enorme reloj, y entonces entendí quién era el verdadero dictador de esta anécdota cotidiana.
Y vosotros, ¿cómo vivis estas situaciones en casa con la gestión de las prisas y el tiempo apremiando? Cuéntanos tu experiencia en un comentario.
Imagen El conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas, Disney