Gran parte de la infancia es muda.

Hoy noté a mi hija especialmente tensa al regresar de la escuela. 
 
Cuando los niños vienen de la escuela llegan cargados de cosas que no saben decir, y por eso estallan en cuerpo.
 
El cuerpo habla. Sólo hay que saber escucharlo.
 
No juzgar sus movimientos, no detenerlos si no es para recogerlos más tarde.
 
Hay que saber leer la infancia.
 
Gran parte de la infancia es muda.
 
Y ahí anida, como una mota en suspensión.
 
Invisible.
 
Le pregunto por el día, por cosas concretas para que sus respuesta nos caigan en el “bien o súper”.
 
Le pregunto y leo su cuerpo, su tono de voz.
 
*Noto que hay herida*
 
Pero obvio no lo dice. Ni tiene porqué decirlo.
 
Le pongo música en el coche y acompaño ese día “enmarañado” como mejor puedo.
 
Como mejor puede estar un padre.
 
ESTANDO PRESENTE.
 
No pregunto más pero mi cuerpo comienza a conversar con el suyo.
 
Una caricia, una sonrisa, un dejar pasar-ese-grito-y-ese-improperio-que-acaba-de-soltar.
 
Lo dejo pasar.
Lo dejo pasar todo. 
 
La tarde continúa y yo acompaño su cuerpo incandescente que no deja de moverse.
 
Por dentro me trago toda la ansiedad que me provocan sus aspavientos.
 
Ser Padre es estar al servicio del otro. 
 
Saber recogerla donde aún ella no sabe volver.
 
Porque no sabe.
 
Es pequeña.
 
Tiene una herida en el alma.
 
Y no sabe cómo hacer.
 
Pero yo sí.
 
De noche en la cama la veo poniendo vendas a sus muñecos, sacando todos los peluches y preparándoles para dormir en una gran fiesta.
 
Me acerco y comienzo a darle un masaje…
 
El masaje no falla.
 
Y entonces empieza a hablar.
 
Y me cuenta aquello que el cuerpo lleva sosteniendo todo el día.
 
Veo su dolor. Lo reconozco, lo valido y le expongo algunas salidas.
 
No si antes decir: “A mi también me pasó”.
 
Sigo masajeando su espalda.
 
Sigue hablando y me cuenta.
 
Le hago reír.
 
Le explico algunas alternativas a su problema y me quedo.
 
Qué importante es escuchar. 
 
Darle tiempo a la infancia, a su ritmo. 
Sin moralizar, psicologizar, 
sin decir “no pasa nada”.
 
Simplemente enseñarles valor del habla, de la escucha, del saber que tienen que experimentar el mundo y que en su casa, al regresar, siempre tendrán un pecho donde hablar, unos ojos donde recordar y una abrazo donde descansar.
 
Cuidemos la infancia.
Dando tiempo.
Estando presentes. 
Escuchando con todo el cuerpo. 
 
Julián Bozzo
 
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¡Papá! Que nos faltó algo muy importante.
Los ojos llenos de infancia

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