Había sido una tarde intensa. De esas en las que tocaba tierra, eléctrica, alejada de su cuerpo, sus necesidades. Del quererlo todo y no poder nombrar nada.
Momentos que los adultos escondemos tan bien que nos pasan desapercibidos, emociones que anestesiamos o juzgamos con tal de no dejarlas entrar.
Yo cedí y acompañé, como procede y como pude.
En la hora del cuento y la cama lentamente arranca la conversación. Doy tiempo.
Educar es labor de anzuelo.
Comienzan a aparecer verbalizados sus malestares.
La cama, el sueño… bendito momento donde afloran nuestras sombras.
Los adultos también tenemos. Lo que pasa es que las callamos con las RRSS.
Empieza a hablarme. Y yo voy ordenando sus palabras.
En un momento me hable de “L” una niña que en colegio del año pasado le hizo pasar realmente mal durante un año. Pero muy mal. (por eso, en parte la sacamos del colegio)
Este año hay otra niña cuyo nombre diremos que en “N”.
Ella cuando habla de “N” nombra características de “L” todo el rato. La compara y dice que “son iguales”.
Yo conozco a “N” y no, no lo son. Para nada. Pero a ella le recuerda.
Las personas cuando pasamos de un grupo a otro solemos reconocer representantes antiguos en los nuevos grupos. Es un proceso psicológico normal que nos ayuda a comprendernos dentro del grupo. Eso que nos pasa al conocer a alguien y decir “me suenas a “… “me recuerdas a” “Eres igual que”, etc.
Son procesos compensatorios que hace nuestra mente para regular la ansiedad grupal.
Hablando de su día me dice que “N” no la deja en paz, se ríe de ella, la daña, la insulta y que que quiere que mi hija no tenga nunca amigos.
Le pregunto ¿Eso lo dijo ella?
Sí- Responde categórica.
¿Ummm? ¿Puedes recordar cuándo y dónde lo dijo?
En seguida me dice que no lo recuerda y que quizás no dijo eso.
(Yo ya sé de fondo lo que está pasando. Esta transfiriendo su experiencia antigua a esta grupo y proyectándola en ella. De esta manera esta buscando regularse en el nuevo grupo y “sanar/comprender” su nueva identidad grupal).
En ese momento le explico lo siguiente:
“- Mi vida. Hay dos tipos de heridas. Las que nos hacemos en la piel (y le emulo un corte en el brazo con mi dedo) o y las que nos hacemos en el corazón.
Las de la piel curan pronto. Pero las del corazón tardan mucho, muchísimo más porque a veces son invisibles.
En ese momento la madre cruza por el pasillo y la llamo.
¡Maca, ven! Y trae el hilo de sutura de heridas de corazón.
– ¿Tú sabes curar esas heridas papá?
+ Claro mi vida. Es mi trabajo.
Le pedimos que cierre los ojos y que respire. Profundo.
Le decimos que imagine su corazón y que localice el lugar que más triste parezca.
Respira mi amor ¿Lo ves?
Si… bien ahora vamos a coser. Respira y ronronea con nosotros.
Precedió una sonrisa. Una sensación de calma y se durmió.
Al día siguiente fui a buscarla al colegio y estaba con “N”.
¡¡Ya somos amigas!! me dijo.
Las dos sonreían.
N ya no es L. Y mi hija es más fuerte y libre que ayer.
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